Aquí quiero compartir algunos de mis poemas o escritos con mis seguidores y amigos.
Todos ellos tienen el copyright y los derechos reservados.
Elegía al amor perdido.
I.
Te dibujo con mi mano vestida de verso cálido
y mi cuerpo embriagado de claveles negros.
Te dibujo en sueños,
Entre luces y sombras de una luna, juguetona y curiosa.
Pienso en el placer del ayer sin obviar las tierras penumbrosas del mañana,…
(En tu rostro no puede caber más belleza que la palidez del adiós)
II.
Llegará el día en que nos digamos algo más que silencio.
Será cuando el galante sol deje de seducir el alba,
Será en la antesala del ocaso,
Cuando los dientes perlados de la muerte asomen
para conquistar cualquier resquicio de vida.
Allí, las palabras serán como el bronce sobre el granito del sepulcro,
Perennes, inmortales, infinitas.
III.
La amistad es una nube efímera de rostro sonriente.
Pero el querer va más allá,
Llena hasta la vida y hasta la muerte.
Yo no quiero ser amigo más que del silencio,
Ni querer a nadie más que a mi soledad afilada.
Simplemente quiero pasar.
Pasar por la vida no vivida y llegar hasta la muerte para vivir.
IV.
Otoño cruel con sabor a muerte.
El viento del Norte ni tan siquiera llega al Sur.
Oigo a mi alma abrirse camino entre las celdas globosas de mis ojos
-Tiene ansias por tomar el cielo-
Sin embargo, a la muerte apenas la siento.
Permanece acechadora, desafiante,
Tras la esquina del corazón.
V.
Cómo quieres que me beba tus lágrimas si yo soy nube.
¡Déjalas caer!
Que las reciba el viento con sus manos infinitas y las lance a lo más alto del cielo,
Como brisa de mar, marinera y herida.
La mano de un Dios desconocido nos maneja a su libre antojo.
Y caemos.
Y morimos.
Abandonados en el quicio del adiós,…
No puedo combatir tu tristeza con mi vacío,
Ni romper desde mi soledad tu silencio.
VI.
Que tu adiós sea tu fe.
Fe para creer,
Fe que para defendernos de la muerte
(Y de la vida)
Y que tu fe te permita decirme adiós.
VII.
Hoy, cuando falta la luz poética de un ser querido,
La vida, tan lejana, se plantea hasta su propia
existencia.
El recuerdo no es más que esencia desvaneciéndose en contados segundos.
Nada queda más allá del amor.
(Algo tuyo, quizás de todos, quedo atrás,
Sumido en el silencio perpetuo del dolor)
VIII.
Hasta mis oídos sordos pudieron oírla.
Vino con sus alas de terciopelo negro.
Con sus fauces hechas olas de mar.
Como loba hambrienta tras su presa.
Con un destino grabado en su vientre.
Y se llevó tu cuerpo,
Maniatado de pies, de manos y de alma.
No recuerdo más,
Tan sólo el eco de ausencias de unas campanas doblando por angustia y dolor.
(Y unas espinas de rosas en mi cuerpo madurando hacia profundos estigmas)
IX.
Y te vi, como el que ve el dolor y calla,
Como el que saborea la fruta amarga del desespero y calla,
Como el que cuenta los segundos y calla.
Zarandeaba el viento, con sus mil manos, el manto eclesial
-Vals en la antesala de la muerte-
Y una cruz, de negro y oro, vestida iba de llanto.
Y los rostros impávidos desbordaban aguas de fuera a dentro.
Y la muerte se dejaba caer entre lágrimas tragadas.
X.
Yo no sé llorar.
Tan sólo quiero ser fuente de olvidos,
Pero me es imposible.
¿Cómo existir el amor si por dolor no viene?
Es imposible que la lluvia caiga de la tierra al cielo.
Yo no sé llorar,…
Pero hoy mi alma es un mar de lágrimas.
XI.
Jamás había sufrido tanto en mis cien vidas anteriores.
Porque fui primero mar y desbordé mis ansias por tus costas,
Luego fui rosa hasta envolverte con mis fragancias,
Y fui viento para enloquecer con tus cabellos en las alturas.
Más tarde, me vestí de colores y negro,
Y entonces fui perdón y castigo,
Fui tiempo,
Fui luz y sombra,
Compañero y enemigo,
Esmeralda y roca,
Fui adiós,
Fui vida,
Y siempre fui nada más que muerte.
Por último he sido hombre,
Pero volveré a ser muerte,
Para al final ser ángel eterno.
Y quisiera reencarnarme de nuevo en mar,
Para perderme como se pierden los gaviones,
Tan lejos de la costa,
Y surcar el infinito de tu cuerpo.
XII.
A pesar de mis seis sentidos
-Cinco banales y el amor-
Hace ya tiempo que el respirar de las olas en la mar
a mis pulmones ya no llega.
Hoy en mí existe nada.
XIII.
Me pregunto si al recorrer el mismo camino más de mil veces,
Podré decir que he vivido.
Sólo así pensaré que la vida
es algo más que un sueño profundo con los ojos abiertos.
Algo más que monotonía, día tras día.
XIV.
Suspiro diez caballos con sus alforjas llenas de aromas con sabor a ti.
Potros que desbocados van por los caminos del recuerdo.
Y sin verte, te veo.
Como el que ve el cielo y se sonroja,
Como el que saborea el placer de la miel y se sonroja,
Como el que toca el oro y se sonroja.
Y te siento, como rosa vestida de clavel,
-Suave mixtura de terciopelo enamorado-
Balbuceo y estás tú.
Tras cada sílaba, cual sombra.
Como roca que forma muralla y que sin otras rocas es nada más que nada.
XV.
Lloraré hasta la muerte.
Y sólo así mi amargura y mi silencio se harán aguas.
Aguas que recorrerán las ondas gélidas de mi cuerpo.
(Y por fin, me sentiré libre de tus recuerdos)
Hay un vacío hiriente en mi alma etérea,
Un eco de voces tan calladas,
Un mismo sueño difuso tras cada noche distinta.
Pendiente quedo para la vida y para la muerte,
En mi quietud. Equidistante.
Y entre el ruido de la multitud no consigo adivinar sus pasos.
Y me siento perdedor y sueño con seguir siéndolo.
© Luis Fernández Rodríguez. XI-2007
(Última carta desde el cielo hasta donde habitan las sombras y el fuego)
Allí, el paisaje casi permanente de lágrimas y voces impresionaba,
Las paredes rezumaban dolores vistos hasta por los más pequeños,
Las esquinas eran redondas, para amortiguar los golpes.
Nunca hubo palabras cariñosas, ni miradas aclaveladas ni agradables,
ni tan siquiera caricias que infundaran algo de cariño, no ya de amor.
-Los roces más leves eran los de las bofetadas no precisamente al aire-
La puerta parecía demasiada angosta para permitir la huida,
una fuga con la complicidad de unos niños ya viejos de tanto sufrimiento.
Baile de cuchillos al atardecer.
Tarde de sangres.
A mí nadie me había dicho cómo se escucha la música bajo las aguas, en lo más hondo,
Ni tan siquiera cómo eres capaz de sentirse gaviota al colgar de la rama de uno de los árboles que vacían sus ojos en la mar.
Permenecería con ellos, por ellos, por los hijos a los que todo se les debe.
No contemplé la sencilla y cobarde posibilidad de un adiós premeditado, de degollar mi sombra.
-Sólo las cortinas maniatadas intentaron suicidarse a tiempo en aquella malnombrada casa-
En el trasluz de los días, esta tragedia se veía venir.
Hasta ayer, florecían violetas en mi blanca piel,
Flores que aroman dolor,
Flores casi perennes para las Cuatro Estaciones.
Siempre era Primavera en mi cuerpo, hoy ya banal.
Y ante cada paso frágil del tiempo, más dolor, y más lágrimas con las que lavar el maquillaje de los sentimientos.
Historias de desamor hechas a base de alfileres, punzadas, golpes, puños, engaños, traiciones, …
Y palabras malsonantes jamás dichas en el Infierno,
-Palabras que hacían áridas hasta las praderas regadas por el corazón, que todo lo cura-
Recuerdo ahora que los municipales ordenaron insonorizar mi vivienda para no molestar a los vecinos,
¡Qué crueles resultan los oídos que nada escuchan!
No seré yo quién redimirá tus angustias, ni tus pecados inimaginables, ni tu aliento siempre a uvas rancias,
Será Dios, o tal vez un dios menor, porque ni tan siquiera a Él te mereces.
Muchas veces tuve que decir que resbalé por la escalera de aquel edificio penumbroso,
Hoy no diré nada más, no me diré nada más.
El silencio, tan bello, ya me puede.
Tan sólo esperar que lo que de mí quede descanse en el Universo de Estrellas que nunca alumbraron.
Y cuando estés agonizando, en el umbral del ocaso, en tu enfermedad más dolorosa, sonreiré por mis hijos, por su vuelo libre.
Te ahogarás en el Infierno,
Y avivaré tu fuego con mis alas de ángel por fin eterna.
© Luis Fernández Rodríguez. XI-2003
Camino,
Acompañado por la más querida e incomprendida de mis soledades.
Mis ojos, como fuentes de cristales.
Destino, hacia ninguna parte y hacia todas.
Veo la inmensidad del horizonte y, ante mí, un mar de espejos provocadores,
Jamás he conseguido mirarme en ellos.
Simplemente emergen,
Y se desvanecen ante la proximidad de mi alma impura.
© Luis Fernández Rodríguez. XI-2006
sin decir nada.
Siempre alicaído, veo pasar el tiempo,
Sólo, sin ti, contigo.
© Luis Fernández Rodríguez. XII-2009
Porque ante la mar, he sido ola,
Ante la flor, fui fragancia,
Ante el bosque, hojarasca enamorada,
Y ante sus ojos, sólo lágrimas.
Ante el tiempo seré adiós,
Y ante la muerte, seré quietud, y tal vez,
amigo y enemigo.
© Luis Fernández Rodríguez. XII-2009
Descifré tus ojos para comprender su dolor prolongado,
queriendo hacerlo mío.
En tu garganta llovieron mis provocaciones
para que me dejaras ahogarme en ella
-Nunca podrá existir muerte más dulce-
Integré tu cuerpo desnudo en la naturaleza, y te perdí,
encontrándote bajo la esencia absoluta de la orquídea.
Vendí tus secretos con mis letras,
para sentirme aún más cobarde y traidor,
Atrayendo la niebla a tus ojos para no dejar
que sus lágrimas azules me acuchillaran, como tantas veces.
Por esto, no seré nunca un poeta clásico para el Fin del Mundo,
Tan sólo un niño aprendiz de hombre,
Incapaz de desangrar la mar por su boca.
© Luis Fernández Rodríguez. I-2001
(Al paso del tiempo)
Hace años, tal vez siglos, que no me encuentro en vida.
Y si lo hago, es en el Vacío, en las Sombras, en la Quietud, en el Tiempo Aborrecible,…
Mis ojos turbios, mi lengua lánguida, mi cuerpo liviano, mi voz tenue, mi alma etérea,…
-Signos que anteceden a la guadaña voraz-
El palpitar frágil y tranquilo de la mariposa que lee mis versos, ya es ajeno a mis oídos sencillos,
Y mi silencio, se traduce en palabras de agua conversadas con el olvido.
Me dispongo, con paso firme hacia los Bosques de Sangre, para atajar los dientes de nácar.
(Las venas atemperadas de Leteo me llevan hacia el mar de los adioses)
© Luis Fernández Rodríguez. I-2001
Bajo la templada luz de unas lámparas ya vacías que nada dicen,
Prisionero de mis cuatro esquinas, esclavo del tiempo,
Veo llover sobre el cristal del ventanal de ojos policromados,
Y busco soluciones más allá de la imposible realidad:
Gotas de fina lluvia emancipadas,
Sangre de mi sangre,
Infinitos ríos que desembocan en ninguna parte, mi parte.
© Luis Fernández Rodríguez. XI-2003
(Suena Gardel con su alma desgarrada,
y a cada palabra suya, una gota más de mi sangre)
Esplendorosos pinos trabajados y hoy muertos,
encerrados entre mis cuatro esquinas.
La luz calando el vidrio para volverse azul.
Mis brazos en cruz, pidiendo a las rosas que me exculpen.
Abiertas las carnes, de par en par
-Mi pecho desnudo, mis pies desnudos,
mis manos desnudas, mi alma desnuda,… –
Mi corazón vestido de negras umbrías, florecidas de negros claveles,
con negros pájaros de negros sueños.
El cuco que marcaba las horas hoy inverna entre la tierra húmeda y oscura.
Ya no queda tiempo para limpiar todos los cristales mates agolpados en mis ojos.
© Luis Fernández Rodríguez. I-2001
Tu cuerpo me lo imagino azul, salpicado de estrellas y de cielo,
Con una aurora de arrogancia y elegancia en un mosaico de estilos aún por definir.
Irreducibles se me antojan los deseos.
Y las rosas de mi alma mueren en un replicar inagotable, invocando tu nombre.
Es imposible que te sientas girasol para volver tu rostro frente a la luz de mis penas.
¡No sé escribió el verso, ni se vistió la mar, para seducir la opacidad de tu cuerpo, tan marchito y azul!
© Luis Fernández Rodríguez. I-2006
Como llegan las olas al acantilado. Bravía.
Fría tarde de invierno. Atardecer de un alma. Noche oscura como tantas. La luna derramaba lágrimas de acero. Luna llena. Vida llena de vacíos. Festín de sentidos.
Esculpe mi mano. Forja ilusiones. Respira en mí. Imagina por mi mente herida. No hay arte más allá de tu cuerpo. Cada curva tuya es un motivo más para no rendirse. Rendido a ti. Autorretrato del amor.
Mujer que me diste todo. Cien razones y un beso. Mil abrazos. Dime sí a mis noes. Coge la llave y camina. Espera infinita. Brillo ahumado en los ojos.
Caminante sin camino. Pausa eterna. Flores mustias.
Tú. Yo. Nada más allá de nosotros. Cierro los ojos. Nada que soñar. Mis sueños murieron en ti.
© Luis Fernández Rodríguez. 2018
La expresión del silencio.
Otoño, amarillas y tibias luces inundando los días,
Hombres que desesperan y caducan,
Hombres que caducan por sueños imposibles,
Hombres, y a veces niños, que simplemente caducan, sin razón aparente alguna.
Siento al final de estos días, mis días, nadar contracorriente,
-Leteo me invita a perderme entre sus aguas cálidas y olvidadas-
Luchar cuando esta batalla está perdida, aún sin haberla comenzado.
Hoy, en esta lenta agonía de atardeceres malditos y ensangrentados,
Me dejo arrastrar hasta unas aguas pobladas de bellas Nereidas,
A la vez que hondas campanas anuncian el adiós de uno mismo.
Qué dulce y atractiva tentación:
Dejar nada donde nada nunca hubo, ni tan siquiera los olvidados recuerdos.
Recibir el último beso de tus enemigos, que son como una jauría de cien Judas,
dispuestos a regocijarse en tu dolor,
Ver la última cruz abanderar una procesión de cuerpos decrépitos
caminando tierra arriba, junto a tu lado,
y a ambos lados lindas velas apagadas
para no perturbar la tranquilidad de las sombras, de mi sombra.
Y rezar,
Como el que habla bajo el agua, impotente,
Como el que desespera en el silencio, impotente,
Como el que desayuna soledades, impotente,
Para que se suavicen las dentelladas amargas de la calavera anciana,
y por hoy amiga, sobre mi alma desnuda, expuesta.
Notar cómo se pierde tu voz, tu lento latir, como el eco agoniza en la ausencia,
Decirte adiós, mi amor, de la mano del viento,
para buscar mi ansiado Norte, mi descanso infinito.
Y si el aire de mi derrota no huele a rosas, búscalas bajo la tierra fértil,
porque sólo allí encontrarás su dueño.
Con el paso del tiempo que todo y nada puede, más pronto que tarde,
me habré marchado entre huracanes de hirientes palabras,
Lloverán caricias y nostalgias sobre la pequeñez del que se pierde, del que se olvida,
Mientras un colibrí, el último, se entretendrá en libar los néctares sabrosos y restantes del deseo,
aquellos que inundan las estepas últimas de la mente.
¡Qué infinitas me parecieron siempre las sendas calladas de tu cuerpo!
¡Qué luces púrpuras se encendían en tu pecho, dando amanecer a mis sueños!
Pausadamente, apenas sin pulsar al destino, sabiendo que mi fin llegaba,
he descubierto atardeceres en tus mejillas y constelaciones en el universo de tus ojos,
Sumiéndome en un dolor irreversible y voraz.
Ciclos, hermosos y viciados ciclos, en torno a dos etéreos mundos, tan distantes, tan gemelos.
Nos deberemos en la lejanía, en la derrota, en el perdón, en el adiós último, en el frío, en el suspiro,
Nos deberemos aún cuando sea yo nada más que triste raíz de ninguna flor,
Nos deberemos como la roca debe su cuerpo al aire,
Como la noche se debe al deambular errático e incansable del Sol,
Como la mar se debe a la luna, y a la arena cándida y desnuda de las playas,
Nos deberemos,
Como la cicatriz en el costado a la herida,
Como las esquinas soleadas de tu cuerpo se debían a los callejones umbrosos del mío.
Tras mi adiós,
Caerán lirios acompasados con el baile vespertino de las campanas
-Valses que rendirán tributo a la horizontal caída-
Plegarias que dibujarán más que ilusiones perdidas,
Lindos cuervos de negros vuelos que revolotearán en torno al bosque cuadrado, a mi nueva casa, a mi seco reposo,
Epitafios que atemperarán la frialdad oscura de la muerte,
Adioses heridos que irán para no volver jamás, ni tan siquiera con las letras embravecidas del triste recuerdo.
Y en el adiós,
Flotará una luz tenue sobre nuestras mentes maltratadas por una sociedad ciega y nos volveremos a ver, tras las cortinas transparentes del azul.
Tus manos envolverán con seda las mías azules, en medio de un campo de girasoles azules que se desgranarán en dudas.
Entonces, tus manos serán también azules.
Rendiré los versos, y mi último aliento, cuando se estreche el espacio,
Gotearán los días en dulces cascadas de vuelos románticos que reunirá mi pecho,
Y tu boca se perderá en mi espalda sonrojada y algodonada, para calmar tu sed, hasta que nos embriaguemos de grises,
Y vaciaremos el cielo con nuestros cuerpos puros y eternos….
Pero hoy, mientras espero, duermo durante el día para que la insaciable muerte no me coja a traición,
Mas sólo veo las almas desnudas de otros mortales, aún más muertos que yo, desfilar junto a las puntas de lanzas de los cipreses apilados.
Hiriendo vamos todos hacia el azul más ajeno en una procesión de sombras vacías,…
Y el otoño rompe en dorada hojarasca que rezuma bellos silencios,…
Apesadumbrado me refugié en mis palabras huecas, aquéllas que nada dicen.
(Sólo cabe una brisca innecesaria de tiempo para que nos reunamos y enraicemos nuestros cuerpos tierra abajo, cielo adentro)
© Luis Fernández Rodríguez. XI-2000
(Bakea behar dugu)
Los caballos del día asomaban lentos por las esquinas desdibujadas de los bloques, sin apenas ya tiempo.
Unos vencejos corrían despavoridos por las alturas hasta la espadaña de la Iglesia, ya tintada por los humos entrópicos del movimiento -van dejando sus huellas por el aire, y sus gritos, camino de la Gran Casa del Perdón-
Lamentos premonitorios en el azul impuro.
La amplia avenida con cien puertas cerradas como testigos,
Las mil manos de la brisa mañanera empujando la hojarasca hacia alguna boca del subsuelo, para no ver lo que no puede ser visto,
Y una verde procesión inmóvil de sauces que en el paseo dejan caer sus brazos resignados al suelo.
Al protagonista anónimo de esta historia todo se le vuelve luz,
Luz para un día de amargas sombras que dentellean,
Luz para un día sin luces.
Dos hijos como dos soles apenas asomándose a la vida, y una madre como una virgen, sacrificada, aguardan como cada segundo.
Pero este día tiene el color de la Muerte, el más umbroso.
Nuestro transeúnte, nuestro quidam, se aflige al leer la primera línea de la crónica de guerra del diario:
“Más sangre en Sierra Leona”
Y sin querer da la espalda al destino, hoy tan innombrable, tan lejano.
Y en la quietud del alba, en el albor de la inocencia, en medio de un silencio sepulcral,
Un disparo como cien ladridos hondos de perros…
Pero estos perros son otros, sin collar y con dientes incisivos de plomo de nueve milímetros.
A este hombre, ahora le pesa cada paso, intenta correr, pero el miedo y la agonía pueden más que la voluntad propia.
Cae desplomado, como caen las gaviotas posadas en las ramas de las estrellas para morir en la mar.
Últimas arcadas de vida intentando superar lo infranqueable,…
Yace un cadáver postrado sobre la acera,
Ríos de sangres petrificados sobre el adoquín,
Un tercer ojo abierto en la nuca por donde se escapa la vida, y el alma, y por donde se marcha vacía mi poesía.
Todos se vuelven ayes,
Y dolor, en forma de transparentes palomas de sal que alzan el vuelo desde los ojos acristalados de la mayoría recién llegada
(Todavía entre la muchedumbre morbosa y amansada, existe alguien capaz de regocijarse en el lodazal de la muerte más cruel)
Y el otro huye, ladra en silencio, con una gran sonrisa de héroe de ninguna batalla, de batasuno abstracto de abstractos ideales,
De criminal a sueldo que cobra por cavarse su propia tumba, sabiendo que no descansará cuando esté en ella.
Muerto, Héroe, Valiente, Guerrero, Muerto, Piltrafa, Escoria, Desecho, Muerto,…
¿Acaso importa cómo te sientes?
Ayer, en los traspiés de la vida, en las cuchilladas que asiste el destino injusto,
Un puñado de frases en torno al adiós para rendir tributo al anónimo,
A aquél que se atrevió a que su sombra se viera desde un poco más lejos,
Aquél que defendió su propia libertad por medio de palabras y rosas,
Aquél que ansiaba el sueño infinito de la paz,
Aquél cuyo intento no será jamás en vano,
Aquél que ya no estará,…
(Siempre hubo gentes que caducaron por sus años, o por ser libres, o por quererse ir, o por no quererse ir y decidir otros por ellos,..¡Pena me da de los muertos vivos que se coronan de pensamientos vacíos manchados por inocente sangre!)
© Luis Fernández Rodríguez. III-2001
Y sentirme perdedor.
Hay un vacío hiriente en mi alma etérea,
Un eco de voces tan calladas,
Un mismo sueño difuso tras cada noche distinta.
Pendiente quedo para la vida y para la muerte,
En mi quietud. Equidistante.
Y entre el ruido de la multitud no consigo adivinar sus pasos,
Y me siento perdedor, y sueño con seguir siéndolo.
© Luis Fernández Rodríguez. XII-2009
Y tu nombre me sabía a eco de ausencias,
Y ni siquiera habías deshojado todos mis sentidos.
Aderezan el recuerdo un puñado de violines vertiendo lágrimas musicadas.
Y en el valle de los sueños perdidos, entre los montes del desamor,
Replicando como campanas,
Una y otra vez, y otra vez, tu nombre.
© Luis Fernández Rodríguez. XII-2009
Hay un faro en la bahía hablando con el infinito.
Giran y pestañean sus ojos, obligados y perdidos,
Ofreciendo haces de luz verde esperanza
a las almas ciegas de pasiones,
Que van buscando su sitio.
Y nuestro secreto yace hendido en una covacha del acantilado.
Y la curiosidad del faro se rompe en un velo sutil
de indiferencia e impotencia.
¡Jamás estuvo un secreto tan mal custodiado!
© Luis Fernández Rodríguez. XII-2009
Vasto oficio tengo con leer las cicatrices de tu corazón ahumado,
Raídos y angostos se me antojan los pasillos que me llevan hasta él,
con sus paredes vestidas de besos estereotipados con sabor a rosas.
Donde el cielo no existe, estaré yo,
En la Nada, sentado sobre alguna hamaca inmóvil y oxidada,
contemplando el Universo.
Adicta mi piel al atardecer de tus mejillas infinitas.
Imposibles sueños para tan corta vida,…
© Luis Fernández Rodríguez. I-2001
(Variación y estudio)
Queda una madeja de recuerdos desabridos desangrándose en el océano del adiós,
donde todavía mis huellas se notan.
Las escarpias de tus ojos inundados intentan resquebrajar mi suelo,
para abrir el bosque cuadrado que da sombra y enmudece a mis huesos,
para ver si algo de mí queda.
Cipreses, ¡alentad al viento con vuestros brazos para hacer volar sus palomas de sal, inacabables!
No quiero más rezos, más palabras inocuas capaces de cambiar nada.
Mañana, me vendrás a contar la misma voz tantas veces oída,
Y yo en mi fosa sin poderme levantar, como único espectador y protagonista de esta tragedia.
Y unos lirios perfumando la penumbra, tierra abajo, cielo arriba,…
Pero te vas siempre, en silencio, sin oírme gritar:
Que nuestro amor empequeñeció a los sueños.
© Luis Fernández Rodríguez. XI-2003
En este eco de desvaríos prolongados,
Me voy para retirarme en algún convento de soledades, afiladas y esperanzadoras.
Abandonar los días y la mar, abandonar el fuego y las estrellas, abandonar la luz y el origen,
Abandonarme, para retomar la lágrima.
Ansío el poder olvidar.
Y sé que el adiós me hará varar en la arena blanca de alguna playa.
(Y nadie recogerá mi cuerpo inexistente)
© Luis Fernández Rodríguez. I-2001
(Aún me siento líder de una revolución silenciosa, y silenciada)
Me sitúo en la mar, donde todo calla.
En mis folios heridos cabe hasta la locura de decir lo que nunca he pensado,
Puedo provocar el daño, bajar las estrellas hasta la orilla nocturna de la mar,…
Pero no puedo volver a pintarlos de blanco.
Leí mis últimos días, en los umbrales de una agónica muerte,
Y me agarré al acero del ancla que me arrastraría al fondo.
Sentí entonces su pensar frío y su aliento sordo.
En esta tarde de sangres,
La brújula perdió su Norte, y yo me perdí con ella.
Y perdido, decidí universalizar mis letras lanzándolas al aire.
© Luis Fernández Rodríguez. I-2001
Nuestras almas flotaban entre el suelo y la nube blanca de los cerezos en flor
(Carnaval de flores y amores en el Valle)
El cielo, tantas veces lejano, llegó aquel día para quedarse entre tu pecho y el mío, y morir en nosotros.
Sabor dulce para un festín de cinco sentidos,
Sabor a cosecha añeja para mis labios tantas veces heridos.
Y los cuerpos, anegados de amor, yacían sumidos en una burbuja de hojarasca que quiso respetar el viento,
Supimos entonces que habíamos vivido las Cuatro Estaciones en una.
© Luis Fernández Rodríguez. I-2001